Miramos a nuestro alrededor y siempre hay un paisaje que contemplar y admirar. No obstante, llega un momento que ese bello paisaje ya nos es demasiado conocido, demasiado familiar y soñamos con viajar y encontrar rincones hermosos, ir a lugares inhóspitos, poco transitados, olvidados o no explorados, para poder captar con nuestra retina una nueva belleza paisajística. Muchas veces tan solo son meros sueños que se van difuminando poco a poco mientras vas escuchando cada vez con más intensidad el ring del despertador. Pocos son los valientes que se atreven a perseguir su sueño, pero esos pocos son los que cambian el mundo, esos pocos son los que viven su vida al máximo y como ellos desean, al margen de las dificultades o de la opinión y las preferencias de los demás.
En 2006, un grupo de personas, entre ellos un profesor de nuestro centro, Manuel, y Fermín, el jefe de la expedición, decidieron cumplir su sueño, decidieron dejar sus pisadas en un lugar que juraríamos todos que es otro mundo, otro planeta “Marte, por ejemplo” según las palabras de Manuel. No hace falta salir de nuestro planeta para enamorarte, pues no hay nada más poderoso y bello como la naturaleza. Ella, si la sabes buscar, te envuelve hasta tal punto que deseas fundirte con ella; si sabes como mirarla, al final amas cada pedacito de ella, deseas que te cuente el secreto de tanta belleza; ansías gritar a los cuatro vientos lo que te hace reír, llorar, sufrir, soñar...; como pocas veces, arderías con la ansia de mostrar al mundo todo sobre esta, de enseñar a los demás el amor que sientes, pues piensas que cuanta más gente sepa de su belleza más la cuidaran.
En este caso, estas admiradas personas, decidieron fundirse en tonos blancos y negros por las minas que se podían encontrar en esas montañas bañadas de nieve. Ya no tendrían que soñar, pues estarían viviendo ese sueño, esa aventura.
Prepararon durante casi un año el viaje y aún así no pudieron evitar tener miedo, incertidumbres y dificultades en alguna que otra ocasión. Tener que estar a grados y grados bajo cero. Temer que se les congele algún miembro, la cámara o algún que otro objeto. Sobrecogerse al imaginarse que un animal podría confundirlos con un rico manjar... ¿Valió la pena? Para ellos no cabe duda de que sí, pues volvieron a repetir. ¿Y nosotros? ¿Nos atreveríamos? ¿Aguantaríamos? Preparar todo con minuciosidad, buscar a gente que sepas que no se rendirá aunque sufra penalidades, arriesgar tu vida en esos lares... Eso sí, con la certeza de que jamás podrás irte decepcionado de ese lugar; esa paz, esa serenidad que te otorga ese suelo sin ninguna pisada que estropee esa blancura con tonos azulados, mezclada con tonos negros del carbón; ese silencio invernal que te inunda los oídos y suena como una tenue melodía, como un susurro que es casi inaudible.
Seguramente, a la hora de la verdad, ni un cuarto de la población querría ir donde han ido estas seis personas con sus pulcas, ¿Por qué? Dicen, que siempre que transitas por primera vez un camino, es muy difícil, porque todo está lleno de baches y de piedras y enseguida puedes acabar en el suelo, pero las demás veces ya te resulta más fácil porque te vas sabiendo cada bache y cada piedra. Siempre tiene que a ver una primera vez para todo, incluso los pájaros empiezan a volar tras 800 caídas. Ellos consiguieron lo que buscaban, una belleza poco común y, para pocas personas, alcanzable. Puede que algún día estemos caminando por ese mismo suelo, y solo nosotros sepamos que antes había pisadas de seis valientes aventureros.
Tamara Pérez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario