sábado, 29 de noviembre de 2014

LA MATERIA DEL MUDÉJAR (VI)

Únicas, hermanas, olvidadas por la familia
Imaginaros por un segundo que, después de tanto tiempo estando en Teruel y no fijaros demasiado en su disposición, en su armonía, en su historia, en sus edificaciones... os introducen en vuestro cerebro, imágenes, curiosidades, historias, leyendas... Y ¿sabéis lo más curioso? Que todo eso nos lo puede transmitir la arquitectura, pues cada edificio habla y habla y no para de hablar; le echas una simple ojeada y ya desea estar horas y horas hablando contigo. Pero si no os interesáis, si tan solo le echáis un vistazo y os largáis, él se queda ahí quieto, callado, esperando a que volváis otro día con otros ojos, con otros oídos, para que le podáis oír lo que os está narrando mientras lo observáis y lo analizáis de arriba abajo. Ellos quieren que contéis su historia, quieren ser escuchados, quieren un poco de atención, quieren hablar sin parar sobre su época, fardar sobre sus características que les hacen únicos, pues ellos también son caprichosos y están orgullosos de ser como son, como sus creadores. Sin embargo, si estamos acostumbrados a verlos día y noche, a escucharlos desde que somos pequeños, a verlos cómo cambian de color según cómo incide el sol sobre su ropa, a tocarlos... llega un momento que los dejamos de escuchar, los dejamos de ver, dejamos de alagarles; ellos ven todo este proceso y no lo entienden, se sienten ultrajados, tristes, ordinarios... Eso es lo que les pasa a nuestras queridas torres, esas cuatro torres que perdieron a una hermana, la fermosa, la más decorada, la más hermosa.
Tristes estas, después de haber pasado tantas penurias, como la Guerra Civil española, están sin color, abatidas por pensar en el desinterés que tienen los habitantes de Teruel por ellas, apagadas... Entonces en el S. XX un grupo de gente se fija en ellas, en su belleza marchita y piensan que podrían ser torres importantes, torres destacables; por ello en ese siglo mandan un aviso a las personas encargadas del patrimonio cultural y enseguida se dan cuenta que en esa ciudad hay verdaderas reliquias. De repente todo el mundo vuelve a admirarlas, a sonreírles, vuelven a escucharlas. Los edificios que están alrededor suyo a envidiarlas, pues son las Torres Mudéjares, patrimonio de la humanidad, imponentes, importantes, perfectas.
No obstante, todo pasa, todo cambia y, poco a poco, la gente vuelve a olvidarlas. Por suerte, de vez en cuando, hay gente como José María Sanz, un hombre que cree en las causas perdidas, un hombre sencillo, de a pie como nosotros, un hombre que ha estado horas y horas contemplándolas, escuchándolas, descubriendo cosas que se llevará consigo a la tumba; las ha oído cantar, llorar, las ha visto desnudas y él mismo, junto con otros amigos, las han vestido, las han puesto guapas, las han mimado. Gente como él, que viene a contarnos a gente como nosotros, inexpertos, pero con capacidad de atender y escuchar, hace posible que estas torres sean admiradas, pues es imposible que después de las historias que nos relató ese viernes en tan solo cincuenta minutos, se queden en el olvido.
Estoy segura que todo ese grupo que lo escuchó, contempla las torres y cada día descubre algo nuevo en ellas, pues ahora pueden oírlas y se quedan sentados escuchándolas.
Tamara Pérez (29-XI)

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