Hoy hemos tenido la gran oportunidad de “sentir” el frío plasmado en esa blanca belleza de Svalbard que hemos podido conocer de primera mano por parte de dos increíbles aventureros, Manolo y Fermín, el primero de ellos profesor de Geografía de nuestro centro.
Nos han transmitido con pelos y señales la experiencia vivida en aquellos lugares los cuales, según Manolo, parecían estar en un planeta totalmente al margen del nuestro.
Al principio cuando veía las fotografías del paisaje y de ellos caminando por él con los esquíes, me parecía un viaje interesante pero normal el cual han tenido la oportunidad de realizar. Pero conforme ha ido avanzando la charla me he dado cuenta del gran esfuerzo que hay que hacer y la cantidad de tiempo que lleva preparar un viaje de este tipo.He alucinado cuando han dicho que les costó un año prepararlo para estar tan solo un mes y además SUFRIENDO, ¿en qué cabeza cabe esto? Pues yo lo haría encantada aunque creo que no soy consciente de lo mal que lo pasaría, sobre todo el tema de la higiene que por lo visto está bastante difícil… y no es solo frío, es congelarte literalmente, ir a buscar una camiseta limpia y encontrártela congelada, previsiones de todo tipo para tanto tiempo, dormir durante un mes entero sobre hielo, el tiempo que tienes que dedicar para hacer tus necesidades sin que se congele ninguna parte de tu cuerpo, por no hablar de los peligros de que te ataque un oso polar, o de tener que calentar hielo para poder beber algo de agua que acaba siendo negra y por supuesto la gran preparación tanto física como mental que exige una actividad como esta, si se le puede llamar así… habría que pensárselo unas cuantas veces antes de ir, pero en mi opinión hacerlo una vez en la vida tiene que ser una maravillosa experiencia que agradecerían tus ojos con el precioso paisaje del que te encontrarías rodeado, en el que eres una diminuta hormiga, pero sobre todo tu alma ya que todo el esfuerzo realizado se convierte en un enriquecimiento personal incalculable.
Elena Navarro
Este pasado viernes tuvimos una visita poco común y a la vez sorprendente, se trataba de uno de los actuales docentes de nuestro instituto, prototipo de persona que desde fuera no parece despertar un gran interés por las experiencias que nos pudiera contar acerca de su día a día. Pero Manolo, es un ejemplo más de que las apariencias engañan, él (junto con otros compañeros) ha viajado a lugares inhóspitos, a los que ni siquiera nos podríamos haber hecho a la idea de que pudieran existir, lugares completamente desolados y prácticamente vírgenes ante el ser humano, donde la naturaleza muestra en todo su esplendor y la supervivencia es un reto constante. Estoy hablando ni más ni menos que de Svalvard, la isla europea situada más al norte de Europa, prácticamente unida con el polo norte, cuyas condiciones son absolutamente “extraterrestres”. Es un paisaje completamente desnudo, sólo abrigado por los fiordos monumentales que incluso parecen pequeños ante la inmensidad de aquel lugar y donde muy pocos se atreven a vivir debido a las duras condiciones de vida que impone el clima, ya que, según nos comentó, la temperatura normal allí era de unos veinte grados bajo cero, pero la sensación térmica aún era más impactante, estamos hablando de aproximadamente cuarenta grados bajo cero, temperatura que ni siquiera alcanzan nuestros congeladores domésticos.
No me puedo ni imaginar lo que ocurriría si en medio de aquel lugar te comienza a picar la nariz, quitarse los guantes supone directamente la congelación de la mano o incluso perderla si la mantienes un rato en el exterior. En definitiva el frío es tan extremo que se necesitan llevar encima por lo menos cuatro capas de ropa especializada para no quedarte tieso como un palo si se te ocurre, por ejemplo, salir fuera de casa a comprar el pan.
Ante las penurias que nos estaban comentando Manolo y su compañero Fermín, no podía evitar preguntarme el qué podía llevar a alguien a ir a aquellos lugares, donde además del frío, y la existencia de “osos devoradores de hombres”, no es completamente segura la vuelta con vida a casa. Simplemente respondieron: “por la belleza del paisaje y por las vistas”. Sinceramente, desde mi punto de vista, no le encuentro lógica, me parece casi un suicidio, pero el hecho de que se sintieran atraídos por aquel magnífico e impactante lugar y no les importara ni el gasto económico ni los numerosos peligros que conlleva, me parece digno de admiración, es un auténtico reto y ellos han conseguido salir enteros de allí, realizando con éxito una verdadera prueba de superación y realización personal, a la que muy pocas personas en el mundo han sido capaces de enfrentarse y llegar hasta el final.
Alejandro Abad Collados
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