lunes, 9 de febrero de 2015

SVALBARD, LA BELLEZA QUE LLEGÓ DEL FRÍO (III)

LA BELLEZA HELADA
Se suele decir que la belleza es algo creado por el hombre, algo artificial. Sin embargo, cuando Manuel y Fermín vinieron a contarnos su expedición a Svalvard ese concepto se desmoronó por completo, unas pocas imágenes para demostrarnos a todos que donde el hombre no interviene, la belleza crece como un árbol en la selva. 
Muchos de nosotros estábamos acostumbrados a ver a Manuel por los pasillos, con su maletín y su libro de Geografía, pero muy pocos podíamos esperar que él fuera parte de la primera expedición turolense al Ártico, de la primera para encontrar la verdadera belleza. 
La exposición comenzó con una serie de imágenes sorprendentes sobre aquellos lugares de belleza únicos que habían conseguido capturar en los pocos días que su cámara no estuvo congelada; paisajes uniformes de una blancura pura que desatarían la envidia de los cuadros de Malevich. Tras ellas, cientos de anécdotas del viaje, de la isla, momentos únicos que jamás podrán olvidar de sus mentes, porque, como el propio Fermín reconoció, volverían al lugar solo por ver esos paisajes y por revivir esa experiencia. Osos polares “asesinos” de humanos, tiendas de campaña que se congelaban todos los días, rollos de papel higiénico que se iban volando…, cientos de peripecias que decidieron soportar para disfrutar de la belleza. 
Día tras día nos bombardean con imágenes de supuestos héroes deportivos que han conseguido marcar un hacktrick o anotar veinte triples, pero los realmente héroes son ellos, estos hombres que dejando sus vidas, consiguieron llegar a un lugar inhóspito y soportando temperaturas de -40ºC, fotografiar la auténtica belleza, la más pura, la más desnuda y mostrársela a todos con exposiciones como la del pasado viernes.
Pablo Edo
Fantásticas fotografías de un blanco puro llenaron nuestra clase el pasado viernes, un montón de curiosidades y anécdotas nos vinieron a contar Manuel y Fermín, quienes habían realizado una expedición a Svalbard, la última isla habitada antes del polo norte. A mis ojos era una asombrosa fantasía helada, si, helada, así es como yo me hubiera quedado de haber ido, sin embargo creo que lo que puedes ver allí no lo encontrarás en ningún otro lugar. Como nos repitió Manuel: "parecía que estabas en otro planeta." Las cosas que nos describieron y que vimos a través de las fotografías fueron cuanto menos impactantes. La luz que había en todas las fotografías parecía la de un atardecer eterno, son esas luces que en cualquier lugar cuando atardece tienes que estar en el momento oportuno porque si no desaparecen y cambian de color, sin embargo allí estaban presentes durante todo el día, como si de un cuento se tratara. La verdad es que maravilló todo lo que nos contaron.
Yo personalmente me lo pensaría mucho antes de ir, y creo que si fuera no iría de una forma tan valiente, durmiendo en tiendas de campaña.
Elisa Martín
El frío, del que tanto nos quejamos cuando llega el invierno, cuando nos abate una oleada de viento congelante, no va a ser nada comparado con la sensación de congelación literalmente que llegaron a sentir durante un mes un grupo compuesto por cinco miembros turolenses en una expedición a la isla Svalbard, a no muchos kilómetros del Polo Norte. El pasado viernes disfrutamos de unas frías pero realmente maravillosas fotografías tomadas por ellos, donde se diferenciaba totalmente una luz muy especial, apagada, como Manolo, uno de ellos, denominó “un atardecer continuo”. Y tan continuo, que tan solo disfrutaban 4 horas de noche, porque el resto de las 24 era de día, dejando el frío como una causa evidente también, ni siquiera eran capaces de conciliar el sueño. Me impactó muchísimo las condiciones extremas en las que vivieron estas personas, valientes donde las haya desde mi punto de vista, a unas temperaturas de 18 a 25 grados bajo cero, durmiendo en puro hielo y con el peligro de encontrarse a un oso polar, que no sería recibido con la misma alegría a cuando de pequeños nos encontrábamos una lagartija o veíamos una ardilla correr en un árbol del parque de enfrente de casa. “Perder un guante es perder una mano”, “si te alejabas un kilómetro del pueblo, no existías” frases así me hicieron reflexionar sobre el gran sufrimiento que debieron pasar, pero que sin embargo, como ellos dicen, mereció la pena y de hecho, lo repetirían.
Y para concluir, creo que tanto yo como todos los presentes disfrutamos muchísimo de estos 50 minutos, donde se plasmó la belleza del helado paisaje de dicha isla. Realmente…sin palabras, solo me queda dar las gracias por las curiosas anécdotas y maravillosas imágenes, insisto, que pudimos contemplar a lo largo de la charla, teniendo en cuenta, además, que en cada fotografía se jugaban la pérdida por congelación de su mano.
Irene Torán

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